pensamientos

 Hoy es el día donde en el hemisferio sur del globo se celebra la llegada del otoño, estación favorita de varixs luego de los calores agobiantes que nos vimos inmersxs en estos últimos veranos. Recuerdo repetir ese mantra una y otra vez en mi cabeza hasta finalmente arrancar de viaje: me niego a pasar un verano más en esta jungla de cemento llamada irónicamente buenos aires. La mayor parte de los años de vida que tengo los pasé entre muchedumbre y concreto, como muchxs otrxs de nosotrxs. Seguí el libreto y la línea de la vida trazada, siempre pensando en que no pueden ser esas las únicas opciones de vida: trabajar y estudiar. En la ciudad se juega además de otra forma, necesitando el mejor sueldo y la facultad más prestigiosa para que tu persona el día de mañana sea más valiosa para este mercado competitivo y rancio. Mi cuerpo no podría seguir tolerando mucho más ese ritmo de vida que cada vez se hacía más demandante y agresivo. Sentía en mis huesos y mis músculos dolores y angustias propias de una persona de muchos años. Y no era la única. Todxs mis amigxs estaban en esa misma dinámica de trabajo-estudio-dolor-sacrificio-¿recompensa?. Una carrera invisible hacia un éxito no asegurado de vida. Y mientras tanto, la cuerpa sufría. Repetí ese mantra hasta que por fin animé a correrme de ese libreto escrito y zona de comfort a saltar al abismo del viaje y la ruta incierta. Antes de embarcar, aproveché los resabios de la obra social cara que tenía de la empresa a la que había renunciado meses atrás y me operé los ojos con láser y rapé toda la cabeza a cero. Estaba lista. Hacia tiempo que sentía una crisis de identidad en todo mi ser, en quien era. Y así me sumergí a la incertidumbre completa del porvenir. 

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