El karma de vivir al sur
Tengo recuerdos de ser una niña y no poder ir al baño, llorar del dolor. Mi mamá me preparaba un jugo de ciruela que me parecía horrible o puré de manzana rallado, para que pudiera dejar de estar tan constipada. También recuerdo lo que comía mayormente en aquel entonces: formitas o patitas de "pollo", salchichas, patys, papas fritas. Y sí, mi mamá y mi papá trabajaban todo el día y no era la única en la casa a quien alimentar, tengo dos hermanxs más. Darle de comer a 3 crias era (y es) una tarea compleja, más cuando no tenés tiempo para cocinar o ponerte creativo. A mis 17 años, en plena etapa donde iba de fiesta en fiesta de egresados, dormía poco y tomaba mucho mucho alcohol varias veces a la semana, hubo un momento donde no pude ir al baño durante varios días. Fue el peor dolor que sentí en mi vida. Esa vez no hubo laxante que me salvara; sólo pude encontrar alivio tomando vaselina líquida. Ese episodio bastante traumático fue un antes y después. Vi a una gastronteróloga que me dijo "no puedo decirte que dejes de tomar alcohol con 17 años, pero sí que incorpores más fibra a tu dieta". Y así fue.
Fue empezar desde cero algo que nunca nadie te enseña: alimentarse sano, rico y nutritivamente.
Empecé a dejar de comer tanta carne. Empecé a incorporar más frutas y verduras a cotidianeidad. No fue fácil al comienzo: en Argentina, casi todas las familias tienen incorporada en su dieta la carne roja al menos una vez al día. Y en mi familia no era la excepción. Es más, todos los domingos, religiosamente nos juntábamos en familia a comer ese asadito tan rico que a mi tanto me costaba digerir. Todavía me queda el recuerdo de sentir en el cuerpo durante todo el día cuando comía una hamburguesa en Mcd0nal's: sentía el sabor de ese paty rancio en mi estómago durante horas. Lo mismo pasaba con la tira de asado. Entonces fue un gran desafío empezar a ser la persona que comía diferente a todo el resto. Pero mi cuerpo me lo pedía a gritos y sufría mucho si no le hacía caso. Aprendí sobre aquellos alimentos que me secaban más y aquellos que me permitían ir al baño de maneras menos dolorosas. Y en simultáneo, empecé a entender más a mi cuerpo.

Hace unos meses me vine a vivir a Brasil y una de las primeras veces que fui de compras al supermercado, me sorprendí e indigné cuando encontré una T amarilla en el envase de muchos productos comunes como la salsa de tomate, latas de choclo, galletitas y más. Esa T significaba que contenía un derivado de transgénico, que mayormente viene en su gran mayoría, de la soja o del choclo. Automáticamente también recordé que en Argentina también tenemos alimentos transgénicos circulando en nuestras mesas (como el trigo HB4 aprobado años atrás) pero que no es una obligación el rotularlo en los envases. Ante el aumento de las sequías y del cambio climático, transformar genéticamente el monocultivo resulta imperioso para las grandes transnacionales, en donde lo importante es producir a gran escala y pronto. La semilla modificada es directamente asociada a un agrotóxico que enferma tanto al medio ambiente como a la persona que lo consume. Es así el caso del glifosato, que mata muy lentamente a miles de personas, entre ellxs a lxs trabajadores que se encargan de esparcirlos en los cultivos o en lxs niñxs que juegan en sus escuelas a pocos metros de estos campos de la muerta.
Desconexión sideral
Pienso, pienso.. mientras como unas galletitas que cociné de avena y cacao. Pienso cuando "no como bien" y me autodestruyo, me autoflajelo. ¿será sólo la ansiedad? no creo. Quizás es miedo al no poder comer más eso, ante tanta hambre mundial. Ese buen alimento que nos da la Pacha. Me da terror pensar en que exista algún día en donde, quizás me levante y sólo pueda acceder a comer los productos de la góndola de un supermercado. Que importante es comer bien, saber comer. Que importante es poder comer, directamente. Pienso que nunca pasé hambre realmente. Pienso en lo afortunadx que soy por ello. Agradezco también haber escuchado a mi cuerpo en aquellos momentos en los que me manifestó algún dolor. Mutar, saber (y aprender) a mutar. Porque mi cuerpa (yo) me lo pide (y demanda). Desaprendí a comer y aprendí nuevamente a alimentarme de otra manera. Re-eduqué mi paladar y mi organismo entero. Renuncié a algunos sabores y texturas, pero también descubrí muchos otros. Comer es un acto político, hoy más que nunca. Poder elegir qué alimentos comer es un privilegio enorme.
Claro está que los que están arriba de todo (el 1% de esta población) les conviene que el resto de la población coma la peor basura posible o que directamente no coma. Es imposible pensar bien cuando tenés hambre. Los neurotransmisores que tenemos en el cerebro no pueden hacer su trabajo y funcionar bien si no hay ningún alimento nutritivo que entre al cuerpo. Comer con químicos, aditivos, modificaciones genéticas desde lo más primario que es la semilla. Artificialidad, espontaneidad y producción masiva para consumo rápido. Hacerte creer que no tenés otra opción que el acceder a esos productos de góndola de supermercado en vez de poder comprar un bolsón de productos agroecológicos a menor precio. Reducir la creatividad culinaria a unas pocas y básicas recetas, aún viendo como el cuerpo reacciona con distintas enfermedades, alergias y dolencias.
Lxs individuos nos vemos alienados al punto de que cada vez el saber cocinar es algo asombroso. Saber preparar un alimento nutritivo no es para cualquiera, es un arte. Cocinar implica una alquimia, mezclando sabores y combinaciones únicas. Pero sin tiempo ni amor, esa alquimia tampoco resulta.
El poco tiempo de ocio que se tiene, si se utiliza para cocinar, parece tiempo perdido y no invertido en unx mismx, hacia nuestro bienestar. Saber cocinar es un saber ancestral que se pasa de generación en generación, claramente por el linaje femenino, de abuela a madre, suegra y nuera, y así. En donde las mayorías de las familias las mujeres saben y recuerdan como preparar platos, la parte masculina se ve reducida a cocinar unos fideos con manteca, un huevo frito o el infaltable asado con amigos. Reproducir el patriarcado y la inutilidad hasta en lo más primario y básico como es alimentarnos para poder seguir con nuestro día a día.
Hacia la raíz
Y vos.. ¿Cuándo te diste cuenta que eras adictx al azúcar, a la sal, la harina blanca o al café? En muchos lugares del mundo con crisis hídrica, es más fácil conseguir c0ca c0l4 antes que agua potable de calidad. Enfermar nuestro cuerpo, imposibilitarnos físicamente así cada vez nos vemos más dependientes de un sistema de salud empastillante, dependientes de algo o alguien más, imposibilitados de hasta poder subir 10 escaleras porque tu sistema inmune está en la c4c4 de enfermarse tanto y te fatigas al toque. Poder acceder a una fuente de agua de calidad sin tomar metales pesados o glifosato. Borrar de la cotidianeidad las propiedades medicinales y los saberes sobre las miles de propiedades curativas que tienen las especias, las frutas, las verduras. Seguir reproduciendo un discurso que promueve el consumo de carne, de lácteos y de industrialización para consumo derechito y rápido.
Tierra y libertad
Tener un pedazo de tierra y hacer tu huerta, ya sea en un balcón o en el cantero de la vereda, es una verdadera revolución hoy en día. Hace tiempo leí un texto en donde algunxs campesinxs desplazadxs en África, plantaban y cultivavan distintas verduras y frutas en las rutas y campus de las universidades. Seguían plantando sus semillas aún siendo desplazados. Tener una huerta y cultivar tu propio alimento es una de las mayores aspiraciones a las que podríamos acceder. Sin la mediación de ningún campo capitalista y depredador, respetando los ciclos de la tierra y de la Pacha, el acceso directo a nuestro alimento resulta cada vez más lejano, sin embargo no imposible. Varias cooperativas de alimentos (como la UTT) aparecen como actores importantísimos y contrahegemónicos dentro de este juego cruel y monstruoso contra las multinacionales depredadoras como lo es Bi0ceres o B4yer. Luchar contra la patentación de las semillas, lo más primario para la salud de nuestros alimentos y la soberanía alimentaria, supone algo clave. La implementación del etiquetado frontal en cada vez más países supone un impacto directo a la información alimenticia del consumidor. Recuperar los saberes ancestrales de las plantas, las combinaciones maravillosas que nos ofrecen los alimentos, y que no quede reducido a la monotonía de siempre, son desafíos constantes. La gente que habita las grandes ciudades también tiene esa responsabilidad de elegir las opciones de alimentos más amigables con el ambiente. Resulta muy vintage seguir comiendo carne, súmamente hormonizada y artificial, de animales torturados y violentados. Entender que cocinarnos es una inversión directa en nosotrxs mismxs. Es momento (en estos contextos de crisis mucho más) de permitirnos explorar otras posibilidades, otros discursos. Y eso incluye lo más básico y primario: el alimento de cada día, que es lisa y llanamente nuestro motor de salud y vida.
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